Imagine por un instante que entra a la oficina celestial de Jesucristo. Está ocupado. Sobre su escritorio, decenas de documentos por firmar. Usted toca la puerta entreabierta y, con un gesto, mirándole por encima de sus lentes, le invita a seguir. –Señor Jesús, me siento triste, deprimido, me embarga la sensación de que no vale la pena seguir adelante–, le explica. –¿A qué se debe?— pregunta el maestro. –Es un pecado que cometí hace algunos años. Sin decir palabra, Jesús se dirige al archivador. Pregunta su nombre, luego su apellido y comienza a revisar todos los expedientes. Guarda silencio. Sus dedos recorren hábilmente todos los folios. Mueve la cabeza y volviéndole la mirada, le dice:–Lo siento, no se de qué me hablas. Revisé todos los archivos y no aparece el pecado de que me hablas—. –Yo recuerdo que te pedí perdón, pero sigo preocupado…— –Ah… –le interrumpe el Señor—es que me pediste perdón. Yo te perdoné. Eso lo explica todo. Ya no existen esos errores. Estan en el pasado, y para serte sincero, allí quedaran para siempre, en el pasado— Usted abandona el lugar con la convicción de que fue perdonado, aunque mismo no quería admitirlo para si mismo. ¿A qué se debe esta situación? A que Dios nos perdonó pero nosotros no nos hemos perdonado aún. Ese es el instrumento que utiliza el diablo para traernos a la memoria lo que hicimos ayer, y tratar de frenarnos en nuestro crecimiento espiritual. Lo que debemos hacer entonces, es permitir que el perdón nos cubra. Es decir, perdonarnos. De lo contrario, siempre nos atormentaremos por lo que hicimos. Comience a vivir plenamente El pasado es pasado y en el pasado debe quedar. No es un juego de palabras. Es una realidad. Dios ya le perdonó. No tiene sentido que usted se siga atormentando como lo hace hasta ahora. Cuando se perdone asimismo, seguramente comenzará a vivir plenamente. Es inevitable. Dios nos perdonó, nosotros debemos perdonarnos.
